lunes, 11 de marzo de 2013

Maldad por bondad



En cierto tiempo, en cierta aldea, vivía cierta persona. Era un niñito de unas tres lluvias, que iba caminando por la margen del río y encontró un cocodrilo preso en una trampera.

—¡Ayúdame! —le gritó el cocodrilo.

—¡Me matarás! —gritó el niño.

—¡No! ¡Acércate! —dijo el cocodrilo.

Así que el niño fue adonde estaba el cocodrilo, y en ese mismo momento fue apresado por los dientes de su enorme boca.

—¿Es así como pagas mi maldad, con tu maldad? —exclamó el niño.

—Por supuesto —dijo el cocodrilo por un costado de la boca—. Así sucede siempre en el mundo.

El niño no quiso creerlo, así que el cocodrilo decidió no tragárselo hasta que no oyera la opinión de las tres primeras personas que acertaran a pasar. El primero fue un viejo burro.

Cuando el niño le pidió su opinión, el burro dijo:

—Ahora que estoy viejo y que ya no puedo trabajar, mi amo me ha echado, para que me coman los leopardos.

—¿Ves? —le dijo el cocodrilo al niño.

El próximo en pasar fue un caballo viejo, que expresó la misma opinión.

—¿Ves? —dijo el cocodrilo.

Luego vino un conejo regordete que dijo:

—Bueno, no puedo dar una buena opinión sin ver cómo sucedió esto desde el comienzo.

Gruñendo, el cocodrilo abrió la boca para contárselo. El niño saltó y se puso a salvo.

—¿Te gusta la carne de cocodrilo? —le preguntó el conejo.

El niño dijo que sí.

—¿Y a tus padres?

Volvió a decir que sí.

—Tienes aqui entonces a un cocodrilo, listo para la olla.

El niño huyó y regresó con los hombres de la aldea, que le ayudaron a matar al cocodrilo. Pero trajeron con ellos a un perro, que persiguió al conejo y también lo mató.

Alex HALEY, Raíces, Emecé, Buenos Aires, 1978.