Su mujer Penélope estaba angustiada; su hijo Telémaco, abatido, pues lo veían deambular enajenado por el palacio. En su mente no cesaba de oír el canto de las sirenas. Un día, entró en el mar gritando "¡soy Nadie!", como si aún se burlase del cíclope. Horas más tarde, murió ahogado.
Enrique Angulo