En 1980, el monte Saint Helens entró en erupción con una energía equivalente a una bomba de Hiroshima cada segundo y expulsó 1,2 Km³ de lava y material piroclástico. En 1815, una explosión mucho mayor, la del volcán Tambora, liberó 160 Km³ y provocó un año sin verano.
Son 2 de las erupciones más conocidas de los últimos siglos, pero ni mucho menos las más potentes que ha habido. Ese honor pertenece al supervolcán situado en la Caldera de la Garita, que hace 27 millones de años expulsó 5.000 Km³ de material y cambió el clima de la Tierra.
En el Parque Nacional de Yellowstone hay un supervolcán activo en cuyo interior está aumentando la presión y que, y esto no lo digo por alarmar, ya ha entrado en erupción en 2 ocasiones con anterioridad, hace 2,2 millones de años y 600.000 años. En la primera expulsó 2.500 km³ de material a la atmósfera, mientras que en la segunda hizo lo propio con otros 1.000 km³. En caso de que sucediera lo peor y volviera a despertar de su letargo, las consecuencias para la vida en la Tierra serían desastrosas. La temperatura caería en picado; en las latitudes altas de Europa y Norteamérica lo haría una media de 12 ºC; en los trópicos bajaría hasta 15 grados. Los monzones del suroeste asiático desaparecerían y con ellos las lluvias y, evidentemente, las cosechas.
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