Cierto día, mientras Nasrudín trabajaba en su granja, una espina penetró su pie. Increíblemente él dijo: "¡Gracias Dios mío, gracias!" Y añadió: “¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!"
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Nasrudín entró a una casa de té y declamó: "La luna es más útil que el sol". "¿Por qué?", le preguntaron. "Porque por la noche todos nosotros necesitamos más luz."
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Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudín. A la mañana siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?".
"Mi capa cayó al suelo", respondió Nasrudín.
"Pero, ¿una capa puede hacer tal ruido?", le cuestionaron.
"Por supuesto, sí uno está dentro de ella, como yo lo estaba"
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Nasrudín decidió que podía beneficiarse aprendiendo algo nuevo y fue a visitar a un renombrado maestro de música:
-¿Cuánto cobra usted para enseñarme a tocar la flauta? -preguntó Nasrudín.
-Tres piezas de plata el primer mes; después una pieza de plata por mes -contestó el maestro.
-¡Perfecto! -dijo Nasrudín-. Comenzaré en el segundo mes.
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El burro de Nasrudín llevaba una pesada carga. El mulá le pegaba con una vara, tratando de que avanzara más deprisa. Un cadí que pasaba por el camino le vió y le llamó la atención; le dijo que no golpeara de esa manera tan brutal al pobre animal. Nasrudín replicó: "¿Y por qué se ha hecho él burro?"
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Nasrudín conversaba con un amigo.
- Entonces, ¿nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Nasrudín-. En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo. Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
-¿Y por qué no te casaste con ella?
-¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
- Entonces, ¿nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Nasrudín-. En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo. Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
-¿Y por qué no te casaste con ella?
-¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.