Era costumbre en mi pueblo regalar una pareja de cochinillos a los recién casados, como señal de un próspero futuro, en nuestro caso la familia de mi Paco y la mía eran muy humildes y esos marranos nos iban a venir de maravilla. Les puse por nombre Pin y Pon.
Nos costó dios y ayuda meterlos en el coche para irnos de luna de miel, pero el gran problema lo tuvimos cuando a mitad del viaje se nos estropeó el vehículo y tuvimos que dejarlo en el arcén, y tal como íbamos, vestidos con los trajes de la boda, coger todo el equipaje para acercarnos a la gasolinera más próxima a llamar a una grúa. No había forma de hacer caminar a Pin y Pon, los tenía que llevar arrastrándolos por la carretera.
Mi duda era saber si no andaban por que eran demasiado pequeños, o porque, como mi madre nos había puesto comida en las maletas para que no pasáramos hambre, los muy puercos olían que las llevábamos repletas de embutidos de cerdo.
Javier Puchades, Pin y Pon.