Aburridos, se rascan los lomos unos contra otros, pugnando por terminar con la inmovilidad a la que están sometidos.
De vez en cuando, un conejo echa un vistazo a su reloj de bolsillo y confirma que se está haciendo tarde. Los zapatos rojos de una bruja corretean sobre la madera, y una oruga fuma aburrida de tanto esperar. Los naipes de corazones juegan solitarios, y un globo presto a partir, espera nuevos ocupantes.
La rosa del niño rubio aún no se ha marchitado, a pesar de llevar años presa entre dos páginas. Eso, es lo único que les impide claudicar.
Patricia Collazo, En el desván.