En la plaza del pueblo tenemos un enorme abeto centenario. Todas las navidades los vecinos lo decoramos; le colocamos guirnaldas, le ponemos bolas de colores, le colgamos de las ramas figuritas de mazapán, monedas de chocolate, collares de almendras garrapiñadas e infinidad de dulces con forma de angelitos, reyes magos, pastorcillos…, todo ello adornado con lucecitas de colores y estrellas luminosas. En su base, un hermoso belén de madera tallada, con el Niño Jesús, María, José, un ángel e, incluso, el buey y la mula. Queda precioso. Sin embargo, tras finalizar las fiestas, al ir a recoger los adornos del árbol, los vecinos comprueban, con cierta incredulidad y algo de descontento, que algunos de los adornos comestibles han desaparecido, en concreto los almendrados. Como es lógico, los adultos sospechan de los jóvenes, a la vez que éstos lo niegan y echan la culpa a los adultos. A pesar de todo, no se llega a esclarecer el misterio. Todos los años, se reúne el consejo y deciden que el año próximo se sustituirán los adornos comestibles por otros similares de plástico. Sin embargo, siempre consigo convencerles para que se vuelvan a poner los adornos comestibles. Después de todo ya es una tradición, les digo. Incluso vienen gentes de los pueblos colindantes a ver el árbol iluminado y decorado de forma tan peculiar y vistosa. Además, sugiero, sea quien sea el que lo hace, seguro que el próximo año ya no se atreve a hacerlo. Porque yo sé quiénes son los responsables. Dentro del grueso tronco del gran abeto vive una familia de ardillas. Son ellas las que, todos los años, se comen las figuritas de mazapán y los collares de almendras garrapiñadas. Nadie del pueblo lo sabe. Nadie se dedica nunca a mirar dentro del árbol. No se lo he dicho a nadie y no tengo intención de hacerlo. ¿Qué quién soy yo? Pues soy el pastelero. Yo hago, todos los años, las figuritas comestibles con las que se adorna el gran abeto. Y me gusta que las ardillas se alimenten con los adornos que hago. Al fin y al cabo, ellas también tienen derecho a celebrar la Navidad. Son, digamos, mis invitados.
Luis Goróstegui, Mis invitados.
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