Desde su casa tiene unas vistas privilegiadas del pueblo. A la derecha, divisa el supermercado donde cada día carga con bolsas. Repartidos por los barrios, distingue los hogares que limpia. Por el centro, otea el piso de su hijo que la nuera le prohibió visitar. Al fondo, atisba la estación; un tren sin destino parece esperarla para partir. A la izquierda, evita mirar; avistaría los nichos del cementerio y elucubraría con su cuerpo sepultado. Y abajo, ve a su marido adúltero volviendo, arrepentido, con flores. Entonces decide bajarse del bordillo de la azotea y seguir tendiendo la ropa, por hoy.
Lorenzo Rubio, El mundo a sus pies.