Cuando se jubiló, el abuelo se compró una caña de pescar, unos cebos naturales y una piscina plegable. Desde entonces, cada día, se sentaba en un taburete junto a la estructura hinchable y, equipado de paciencia, sumergía el sedal en el agua a ver si picaba algún pez. Como es natural, siempre cerraba la jornada con la cesta vacía de capturas. Él contrarrestaba las burlas a su osadía con que era cuestión de tiempo. Y así fue. Una tarde, escuchamos gritos provenientes del jardín. Era el abuelo que, con su caña sujeta a un enorme pez globo, surcaba el cielo.
Nicolás Jarque, El premio.