Fue la mejor comida de su vida. Al entrar en aquella sala repleta, enloqueció con los diferentes olores que lo hacían pasar de un plato a otro. ¡Menudo atracón!
Lástima que luego, de un manotazo, alguien lo aplastó contra la pared mientras con la otra mano no paraba de rascarse.
M. Carme Marí