Había escuchado la leyenda de la existencia de un misterioso tesoro en la familia desde hacía muchas generaciones. Al cumplir la mayoría de edad, como siempre se había hecho, mi padre me lo mostraría. Sería un instante inolvidable.
Fuimos a una habitación del sótano, quitó siete candados y abrió la puerta. Allí, en el centro, estaba sobre un pedestal aquel majestuoso cofre. Nos acercamos, levantó la tapa y me preguntó: ¿Lo ves? ¿Lo oyes? A lo que con estupefacción contesté: ¡No!
Entonces, solemne dijo: Perfecto, debes guardar el secreto. Nuestro tesoro ni se ve ni se oye. Es el silencio.
Javier Puchades