En la actualidad todos somos viajeros. Cuando volvemos la vista hacia nuestra infancia, recordamos un mundo bastante distinto de aquel en el que vivimos ahora. Cuando escribo estas palabras tengo cincuenta y un años. Entre las cosas que hoy damos por supuestas y que no existían o acababan de ser descubiertas se encuentran la televisión; las vacunas de la polio, las paperas, el sarampión y la varicela (a mí me las pusieron todas menos la primera, aunque no contraje la varicela hasta los cuarenta y tres años); los alimentos congelados; los aviones a reacción; el divorcio sin culpa; la mayoría de los antibióticos, aunque no todos; las cintas de audio y vídeo; los viajes espaciales y la mayor parte de las cosas que sabemos de astronomía (en los años cincuenta, los canales de Marte y los océanos de Venus eran temas propios de ciencia ficción dura); las píldoras anticonceptivas; los hornos de microondas; los derechos civiles, los derechos de las mujeres, los derechos de los homosexuales y los movimientos ecologistas; las autopistas y el sistema de carreteras interestatal; el rock and roll; los láser; los discos compactos; las misas en lengua vernácula y no en latín; los ordenadores, la pornografía legal; el correo electrónico; la bomba de hidrógeno; los trasplantes de órganos e Internet.
Harry Turtledove en AA.VV., La Tierra Media, Minotauro, Barcelona, 2004.