Las plantas no florecían, los perros dejaron de ladrar. Nadie la echó de menos, ni el banco; la soledad pagaba bien las facturas. Solo la avaricia necesitó su casa y forzó la cerradura. Allí estaba ella, en su sillón, esperando que alguien llamase a su puerta desde hacía dos años.
Javier Puchades, Invisible.