Cuatro años tenía Francisca, hija de Alonso Rodríguez y de María de la Cámara. Cuatro años cuando entró a servir, en 1636, en la casa de su tío Cristóbal Rodríguez de Moya. Era de Torredonjimeno y a Jaén la llevaron sus padres. Al pasar el zaguán, Francisca no sabía que allí permanecería, si Dios no disponía otra cosa, los siguientes dieciséis años. Después ya se vería. Incierta era la vida para saber lo que vendría con el tiempo. Los padres recibirían 2.000 maravedíes por año. Una paga que, sin ser mucha, era superior a la habitual, dada su relación familiar, pues "sigún la costumbre que se tiene de ganar las mozas de serbicio, no se les dé más de hasta tres ducados cada año". También recibiría vestido, manutención y todo lo necesario, correspondiente "a su hedad, estado y calidad". Nunca sabremos si se despidieron de ella con alivio o con pena. Ese día, sin saberlo, Francisca -cuatro años, pariente pobre, hija de Alonso y de María- entró en el mundo. Aquí comenzaron los quehaceres de la niña. Al principio muy pocos. Después barrería, limpiaría vidriados, bruñiría el cobre, despabilaría velones, acompañaría a misa a su tía y, con el buen tiempo, ayudaría a desesterar las estancias. Así, como sin darse cuenta, vería pasar tras los cristales los lentos días del siglo XVII.
Ángel Aponte Marín
Retablo de la vida antigua