Durante las batallas en el desierto del norte de África en la Segunda Guerra Mundial, el teniente inglés Dudley Clarke dirigió una campaña para engañar a los alemanes. Una de sus tácticas fue usar utilería —tanques y artillería de imitación— para impedir a los alemanes deducir el tamaño y ubicación del ejército inglés. Desde aviones de reconocimiento de vuelo alto, esas armas de imitación parecerían reales en fotografías. Un elemento de utilería que funcionó particularmente bien fue un avión de madera; Clarke llenó campos de aterrizaje falsos con filas de ellos por todas partes. En cierta ocasión, un preocupado oficial le dijo que habían interceptado inteligencia que revelaba que los alemanes habían hallado la manera de distinguir a los aviones falsos de los reales: simplemente buscaban los puntales de madera que sostenían las alas de los aviones de imitación (fotos amplificadas podían revelar esto). Tendrían que dejar de usar los aviones falsos, dijo el oficial. Pero Clarke, uno de los grandes genios del engaño moderno, tuvo una idea mejor: decidió poner puntales bajo las alas tanto de aviones reales como de los falsos. Con el engaño original, los alemanes se confundieron, pero después descubrieron la verdad. Esta vez, sin embargo, Clarke llevó el juego a un nivel más alto: el enemigo no podía distinguir en general los aviones reales de los falsos, lo cual era aún más desconcertante.
Robert Greene, Las 33 estrategias de la guerra, Espasa, Madrid, 2007.