El presidente del Gobierno del País A entra en la sala. Ya está dentro, esperándole, el primer ministro del País B. No se estrechan las manos. El árbitro elegido por Naciones Unidas les indica el sitio que tienen que ocupar. Silenciosamente, ambos dirigentes se dirigen al atril. Una moneda decidirá quién hablará primero. Le toca el turno al primer ministro del País B. Los analistas siempre han señalado que el primer participante lo tiene mucho más difícil. No siempre, en la primera intervención, todos consiguen llorar. El primer ministro del País B se aclara la garganta. Comienza a hablar. Enumera los agravios que, a lo largo de los años, ha sufrido el País B. Se le quiebra la voz. Comienza a llorar. Se fuerza a continuar. Las palabras apenas le salen. Las cámaras muestran el endurecido rostro del presidente del País A: no revela ningún gesto. El primer ministro del País B termina bañado en lágrimas. Antes de que el presidente del País A comience su intervención, los analistas realizan un primer comentario. Señalan, unánimes, que el primer ministro del País B ha estado soberbio. El presidente, su rival, lo tendrá muy difícil. Imposible.
El presidente del País A se aclara la garganta. Comienza a hablar.