El toque de retreta sonó en el cuartel, pero ellos estaban seguros de que el sargento haría la vista gorda. Continuaron la mofa, me arrancaron la ropa y el perifollo que habían puesto sobre mi cabeza. Luego, me tiraron al suelo y sentí mi cuerpo estremecer. En la oscuridad de la compañía, solo escuchaba sus risotadas y sus hirientes palabras: ¡Nenaza! ¡Maricón! Después, vino la salvaje lluvia de golpes.
Al día siguiente, cuando el sargento preguntó por mí, contestó el silencio. Entonces, él gritó: ¡Vaya, otro cobarde desertor! Ellos habían borrado todas las huellas.
Ahora, duermo en las profundidades del bosque cubierto de tierra empapada de odio y olvido.
Javier Puchades, Odio y olvido.