Aquellas mujeres que, como Mesia en el foro o Isabel I en Tilbury, consiguen hacerse oír, a menudo adoptan una versión de la vía "andrógina", imitando conscientemente aspectos de la retórica masculina. Eso fue precisamente lo que hizo Margaret Thatcher cuando reeducó su voz, demasiado aguda, para darle el tono grave de autoridad que sus consejeros creían que le faltaba. Si funcionó, quizás no sea correcto criticarlo, pero este tipo de tácticas contribuye a que las mujeres sigan sintiéndose excluidas, imitadoras de papeles retóricos que no perciben como propios. Dicho sin rodeos, que las mujeres pretendan ser hombres puede ser un apaño momentáneo, pero no va al meollo del problema.
Mary Beard, Mujeres y poder, Crítica, Barcelona, 2018.