H. G. Wells: “History is a race between education and catastrophe”.

lunes, 17 de diciembre de 2012

A Bolivia la borraron del mapa



Una noche de 1867, el embajador del Brasil prendió al pecho del dictador de Bolivia, Mariano Melgarejo, la Gran Cruz de la Orden Imperial del Crucero. Melgarejo tenía la costumbre de obsequiar pedazos de país a cambio de condecoraciones o caballos. Aquella noche, se le saltaron las lágrimas y ahí nomás regaló al embajador sesenta y cinco mil kilómetros cuadrados de selva boliviana rica en caucho. Con ese regalo, y doscientos mil kilómetros cuadrados más de selva conquistada por guerra, Brasil se quedó con los árboles que lloraban goma para el mercado mundial. 

En 1884, Bolivia perdió otra guerra, esta vez contra Chile. La llamaron Guerra del Pacífico, pero fue la Guerra del Salitre. El salitre, vasta alfombra de brillante blancura, era el más codiciado fertilizante de la agricultura europea y un ingrediente importante de la industria militar. El empresario inglés John Thomas North, que en las fiestas se disfrazaba de Enrique VIII, devoró todo el salitre que había sido de Perú y de Bolivia. Chile ganó la guerra y él la cobró. Perú perdió mucho y también perdió mucho Bolivia, que quedó sin salida al mar, sin cuatrocientos kilómetros de costa, sin cuatro puertos, sin siete caletas y sin ciento veinte mil kilómetros cuadrados de desiertos ricos en salitre. 

Pero este país tantas veces mutilado no fue oficialmente borrado del mapa hasta que ocurrió un incidente diplomático en la ciudad de La Paz.


 Puede que sí, puede que no. Muchas veces me lo contaron, y así lo cuento: Melgarejo, el dictador borracho, dio la bienvenida al representante de Inglaterra ofreciéndole un vaso de chicha, el maíz fermentado que era y es la bebida nacional. El diplomático agradeció y elogió las virtudes de la chicha, pero dijo que prefería chocolate. Entonces el presidente lo convidó, amablemente, con una enorme tinaja llena de chocolate. Toda la noche pasó el embajador, prisionero, obligado a beber este castigo hasta la última gota, y al amanecer fue paseado en burro, montado al revés, por las calles de la ciudad. 

Cuando la reina Victoria se enteró del asunto, en su palacio de Buckingham, mandó traer un mapamundi. Preguntó dónde diablos quedaba Bolivia, tachó el país con una cruz de tiza y sentenció: 

—Bolivia no existe.

Eduardo GALEANO, Espejos, Siglo XXI, Madrid, 2008.