Carlos IX de Francia sólo era feliz cuando estaba cazando, a tal punto que un cronista de su reinado llegó a decir que era más cazador que rey.
Iba todos los días al monte con su escopeta y, cuando estaba enfermo y tenía que permanecer en la cama, mandaba que soltasen ratas en su cuarto para verlas morir entre los dientes de sus perros de presa.
No se contentaba con esto sino que mataba incluso animales domésticos, cerdos, gallinas, burros, para colmar su obsesión cinegética. Un día, el señor de Laussac, gentilhombre de la corte, visitó al rey en su residencia campestre y dejó su mulo atado en el patio. Carlos lo vio desde la ventana y, bajando al patio, mató al mulo a cuchilladas. Laussac, como buen cortesano, no perdió la sonrisa delante del rey. Pero le dijo:
—Lo que no comprendo, sire, es qué diferencias podía haber entre vuestra majestad y mi mulo.
Luis CARANDELL, Las anécdotas de la política.