Yo, la primera vez que supe que Valle-Inclán estaba empleado hará ya, supongo, cuarenta años. En la terraza de un café de la calle de Alcalá estábamos Valle-Inclán y yo y otros dos desconocidos cuando pasó Julio Burell.
—Don Ramón —dijo uno de los desconocidos—, ahí le tiene usted a nuestro jefe.
Valle-Inclán se hizo el distraído, desvió la conversación y se puso a hablar con otros. El desconocido me dijo con malicia:
—¿Ha visto usted cómo a don Ramón le molesta que le hablen del jefe?
—¿De qué jefe?
—Pues de Burell, que es subsecretario; nos ha empleado a los dos, y, naturalmente, no vamos a la oficina.
A mí no me parece mal que un hombre tenga un empleo y que lo sirva. Tampoco me parece mal que el Estado dé algunas sinecuras a escritores, a investigadores o artistas que no tengan medios de vivir. Lo que me parece un poco ridículo es, viviendo de una protección, alardear de independiente.