Aquel sonido seco se confundió con el último trueno de la tormenta. El aroma a tierra mojada impregnaba el ambiente. El viento empujaba las cortinas contra su rostro, en un vaivén continuo. Él permanecía en su sillón, junto al balcón, sin mostrar el menor gesto. Su mirada perdida se apagaba lentamente como la luz del día en el horizonte. Solo aquella mancha roja en su camisa, que aumentaba poco a poco de tamaño, rompía el tono gris de la tarde. A sus pies, con el chupete en la boca, su hijo jugueteaba entre sus manos con la pistola, todavía humeante.
Javier Puchades