Mi abuelo paterno había recibido como herencia la finca y la casa de Arroyovil, que era muy modesta y estaba construida encima de una almazara. Con el correr de los años, según iba aumentando la familia, se le fueron haciendo añadidos para que cupiésemos todos, incluidos el abuelo Franco y la abuela, que solían pasar en Arroyovil una semana al año. La finca tenía casi mil hectáreas y estaba cerca del margen izquierdo del Guadalquivir.
Los abuelos llegaban a Arroyovil el 27 de diciembre por la tarde y se quedaban hasta el 5 de enero, para pasar el día de Reyes en Madrid. Durante aquella semana y media cazábamos todos los días, excepto el 1 de enero, que por deferencia a los ojeadores y al personal de la finca descansábamos para que pudieran pasar el Año Nuevo con sus familias.
Los invitados se alternaban a lo largo de esa semana y normalmente había gente bastante variopinta —empresarios, toreros...— que se alojaban en los paradores de alrededor de la finca. Mi padre solía separar sus compromisos con invitados extranjeros de los españoles. Había un poco de todo: los duques de Malborough; los príncipes Borghese; Simone San Clemente; Giorgio Livanos, que tenía una isla donde invitaba a cazar a mis padres; Johanna King, una californiana que era dueña de una cadena de televisión... Venían bastantes americanos y algunos de ellos acarreaban a sus espaldas varios divorcios de cuyos pormenores informaban personalmente a los abuelos. También había invitados más institucionales, como S.A.R. Simeón de Bulgaria o el embajador americano Cabot Lodge.
Francisco FRANCO MARTÍNEZ-BORDIU, La naturaleza de Franco. Cuando mi abuelo era persona, La Esfera de los Libros, Madrid, 2011.