Mi mujer se levanta cada noche a esa hora en que las estrellas pierden los contornos puntiagudos que les salen cuando las dibujamos sobre un papel. Después de dar una vuelta por la casa y comprobar que está todo en orden, enciende la radio y se pone a limpiar la plata, a bordar cuadros de punto de cruz o a retocar con acuarelas los desconchones de los imanes de la nevera.
—Cualquier cosa es mejor que perder el tiempo ahí tumbada —replica con su voz cavernosa cada vez que le llamo la atención porque no me deja dormir.
¡Estoy desesperado! Si hasta le he regalado un libro para que se esté quieta y callada. Pero que no le gusta la historia, dice, que don Quijote está como una cabra y el Sancho ese es un resabidillo que le cae fatal, así que me lo ha devuelto y se ha puesto a ordenar el cajón de los calcetines.
Ya no sé cómo hacerle entender que, cuando uno se muere, es para toda la vida.
Margarita del Brezo, Más allá del Toboso.