Nuestras manos se transformaron en zarpas con ágiles pulgares. El encorvamiento de nuestros cuellos cegó nuestra visión frontal. Adquirimos la capacidad de sentir los cuerpos por proximidad.
Acompañados por ese golpeteo penetrante, contemplamos atónitos en la pantalla cómo nuestros antepasados se miraban y se acariciaban sin artilugios de por medio.
Javier Puchades, Involución.