H. G. Wells: “History is a race between education and catastrophe”.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Las Navas de Tolosa


Esta vez Alfonso VII no fue tan fogoso como en Alarcos, los años no pasan en balde, y evitó meter la pata. Al-Nasir intentó plantear el combate inmediatamente, antes de que los cristianos y sus caballos se repusieran de las fatigas de la caminata, pero no entraron al trapo por más destacamentos de caballería y arqueros que envió a hostigarlos. Los cruzados se tomaron dos días de descanso y sólo formaron en orden de batalla al clarear el lunes 16 de julio de 1212.

El ejército cristiano se dividió en tres cuerpos, con los castellanos en el centro; los aragoneses a su izquierda y los navarros a la derecha, reforzados por tropas concejiles castellanas. Cada cuerpo se dividía, a su vez, en tres líneas ordenadas en profundidad. La vanguardia del cuerpo central, que sería el eje de la lucha, estaba al mando del alférez real de Castilla, el veterano don Diego López de Haro. En la segunda línea se ordenaban los caballeros de las órdenes militares (Templarios, Hospitalarios, Uclés y Calatrava). Finalmente, en el cuerpo de reserva, que ocupaba la retaguardia, estaban los tres reyes, con Alfonso VIII en el centro, acompañado por los arzobispos de Toledo y Narbona, y otra media docena de prelados castellanos y aragoneses. A este Diego López de Haro que encabezaba las tropas de Castilla achacaban muchos la responsabilidad por la derrota de Alarcos, e incluso lo acusaban de cobarde.

Cuando formaban la línea de carga se le acercó un hijo que tenía, don Lope, y le advirtió: "Padre, portaos hoy de modo que no me llamen más hijo de traidor y que recuperéis la honra perdida en Alarcos". A lo que el viejo guerrero respondió: "Os llamarán hijo de puta, pero no hijo de traidor". Lo decía don Diego porque su esposa lo había abandonado por un herrero de Burgos. Entonces don Lope, conmovido, prometió a su padre: "Seréis guardado por mí como nunca lo fue padre de hijo, y en el nombre de Dios entremos en batalla cuando queráis."



Alfonso VIII había dispuesto que las tropas concejiles combatieran mezcladas con las mesnadas nobiliarias, las tropas reales, y los caballeros de las órdenes militares todos ellos guerreros profesionales. De este modo la calidad era más homogénea y la infantería y la caballería se apoyarían mutuamente.

Por su parte, el ejército almohade presentaba también tres cuerpos: en vanguardia un núcleo de tropas ligeras, a continuación los voluntarios, no sólo andalusíes, sino de todo el imperio, y finalmente, el cuerpo de reserva, en retaguardia, los almohades propiamente dichos que ocupaban la ladera de ese cerro de ahí delante, el cerro de los Olivares. En la cima estaba plantada la gran tienda roja de al-Nasir, el emblema de su poder, rodeada por un palenque.

Mientras el combate se desarrollaba , Al-Nasir, sentado sobre su escudo, a la puerta de la tienda roja, leía el Corán.



Los cristianos estaban mejor equipados de escudos, lorigas de mallas y yelmos. El armamento ofensivo abarcaba una amplia panoplia: lanza, espada, cuchillo, maza o hacha, alabarda, arco y honda. Por la parte almohade el armamento defensivo se limitaba prácticamente al escudo. Sus peones iban provistos de lanzas y espadas, azagayas, arcos y hondas. El predominio de las armas arrojadizas en el campo musulmán se refleja en las enormes reservas de flechas y venablos que los cristianos encontraron tras la batalla. El arzobispo de Narbona calcula que dos mil acémilas no bastarían para transportar tantas canastas de flechas.

Los almohades y los cristianos empleaban tácticas muy distintas. Los cristianos lo fiaban todo a una carga frontal de la caballería, en compacta formación, primero con las lanzas y después con las espadas. Por el contrario, los musulmanes oponían tropas ligeras que se dispersaban ágilmente en todas direcciones, hurtando el blanco a la acometida enemiga, para luego agruparse y, desplazándose rápidamente, envolver al enemigo y golpearlo en sus puntos vulnerables, la retaguardia y los flancos.



En Alarcos los almohades desorganizaron las tropas concejiles que formaban las alas del ejército castellano y embolsaron a la caballería impidiéndole desarrollar sus cargas. En las Navas, Alfonso VIII había aprendido la lección y evitó repetir el error de Alarcos: conservó su caballería en formación cerrada, para evitar la infiltración de la caballería ligera del moro y, sobre todo, mantuvo a su cuerpo más importante en la reserva para lanzarlo a la batalla cuando los moros intentaran cercar a su cuerpo principal. La oportuna intervención de esta reserva, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, decidió el resultado de la batalla.

Juan ESLAVA GALÁN, El paraíso disputado. Ruta de los castillos y las batallas, Aguilar, Madrid, 2003.