Tres muchachos fueron a consultar su caso a un viejo cadí:
—Nuestro padre ha muerto —le dijeron—. Nos ha dejado diecisiete camellos y ha dispuesto en su testamento que el mayor se quede con la mitad; el segundo, con un tercio, y el menor, con un noveno del total de camellos. Ahora, sin embargo, no podemos ponernos de acuerdo sobre la división. ¡Decide tú por nosotros!
—Por lo que veo, para poder dividir bien, os falta un camello. Yo no tengo más que un camello, pero está a vuestra disposición. Tomadlo, haced la división y traedme lo que os sobre.
Agradecieron los jóvenes el servicio prestado y se llevaron el camello.
Entonces dividieron los dieciocho camellos que había en total de tal modo que al mayor le correspondieron nueve, es decir, la mitad; al segundo, seis, es decir, el equivalente de un tercio, y al tercero, dos: la novena parte según lo dispuesto. Cuándo cada uno hubo retirado su parte, se encontraron con que sobraba un camello. Con renovada gratitud devolvieron los tres hermanos el animal al cadí.