El día que conocí a la mujer más fea del mundo entendí que jamás podría olvidarla. Fue una atracción tan intensa, tan brutal que me supuso una conmoción durante meses. Cuando la vi, yo aún no sabía que era la mujer más fea del mundo, eso me lo dijo después, mientras la invitaba a una cerveza. Aquella tarde me sentía desgraciada, pasé por ese barrio buscando perderme, allí siempre encuentras quien te venda una dosis de irrealidad.
Me contó que había participado en un concurso de belleza, pero al revés. Como yo no veo la tele no me había enterado de nada, así que la escuchaba con atención mientras repasaba su cara. Apenas tenía frente, el pelo le nacía no más de tres centímetros por encima de las cejas, que se unían formando un arco sobre la nariz, larga y huesuda, decorada con una verruga, el centro de atracción de aquella cara desgraciada. Los ojos pequeños y demasiado juntos eran de un color gris sucio, como el abrigo raído que llevaba ese día. No tenía labios, sólo dos líneas delgadas que al despegarse descubrían una sonrisa ajedrezada.
Era tan fea que no podía dejar de mirarla, buscaba un atisbo de belleza, sin hallarlo. Debajo del pelo, escaso y engreñado había un par de orejas enormes y despegadas. Indiferente a mi estado de estupefacción ella seguía hablando. Me contó como había ganado el concurso, la china y la búlgara no se lo pusieron fácil pero al final se alzó con la victoria. El premio consistía en seis mil euros en operaciones de cirugía estética. Aún no había decido por donde empezar.
No es fácil ser fea y pobre, me dijo por fin. Apuró la cerveza y se secó sus labios inexistentes con una servilleta de papel. Con los ojos llenos de niebla me preguntó que hacía yo allí. Esquivé la pregunta dando un manotazo a una mosca que se había posado sobre el mostrador. Me dio las gracias y se marchó. Un par de tipos la señalaron con el dedo y se echaron a reír. Me dieron ganas de darles un puñetazo. No lo hice. Me marché del bar, del barrio. Llegué a mi apartamento del centro, me miré al espejo y comprendí que yo no era la mujer más fea del mundo, ni la más desgraciada, si acaso la más estúpida.
Felisa MORENO, La mujer más fea del mundo.