H. G. Wells: “History is a race between education and catastrophe”.

lunes, 16 de abril de 2012

El perro del señor Piazzi


Me recuerda algo que me sucedió cuando era pequeño. En el barrio donde yo crecí (la Cocina del Infierno, en Nueva York), había un chucho mestizo. Era antes de la Segunda Guerra Mundial, en plena depresión. Un tipo llamado Piazzi tenía un perro mestizo negro llamado Andrea, aunque todo el mundo lo llamaba el perro del señor Piazzi. Él lo tenía atado todo el tiempo, pero eso no parecía importarle al chucho, al menos hasta aquel caluroso día de agosto. Creo que fue en 1937. Se lanzó sobre un chico que se acercó para acariciarlo y lo envió al hospital por un mes. Le dieron treinta y siete puntos en el cuello. Yo sabía que algún día ocurriría algo así. El perro se pasaba todo el día bajo el sol, cada día, durante todo el verano. A mediados de junio dejó de mover el rabo cuando los chicos se acercaban a acariciarlo. Después, empezó a mirar mal. A finales de julio gruñía cada vez que un chico lo acariciaba. Cuando empezó a hacer eso, dejé de acariciar al perro del señor Piazzi. Entonces los chicos me preguntaron:

—¿Qué pasa, Sally? ¿Te has vuelto un gallina?

Y yo respondí:

—No, no soy un gallina, pero tampoco un estúpido. Ese perro dará un disgusto cualquier día de éstos.

Y todos me dijeron:

—No digas tonterías, el perro del señor Piazzi no muerde, nunca ha mordido a nadie, ni siquiera mordería a un bebé que le metiera la cabeza en la boca.

Y yo repliqué:

—Seguid acariciándolo y veréis. No hay una ley que lo prohíba, pero yo no lo haré.

Y todos empezaron a decir:

—Sally le tiene miedo a los perros, Sally es un gallina, Sally es una chica, Sally quiere ir con su mamá cuando pase por delante del chucho del señor Piazzi.

Ya sabe usted cómo son los chicos. Y uno de los chicos que más gritaba fue quien finalmente se la cargó. Luigi Bronticelli se llamaba. Un día de agosto se acercó al perro del señor Piazzi para acariciarlo. Hacía tanto calor que se podría haber frito un huevo sobre la acera, y no había soplado ni una pizca de aire en todo el día. Ahora tiene una barbería en Manhattan y todos le llaman el Susurros.

Stephen KING, Carretera maldita, Plaza y Janés, Barcelona, 1997.