H. G. Wells: “History is a race between education and catastrophe”.

martes, 29 de mayo de 2012

1º CC.SS. - TEMA 13 - El rapto de las sabinas



Fue el Palatino, donde se alojaron primero, con el propósito de poblar también en seguida las otras seis que se elevaban en torno.

Más, para poblarlas, tenían que nacer hijos. Y para ello, hacían falta esposas. Y aquellos pioneros eran solteros. Aquí, en defecto de historia, hemos de volver por fuerza a la leyenda, que nos cuenta lo que hizo Rómulo, o como se llamase el capitoste de aquellos tipejos, para procurarse mujeres para él y sus compañeros. Organizó una gran fiesta, tal vez para celebrar el nacimiento de su ciudad e invitó a tomar parte en ella a los vecinos sabinos (o quirites), con su rey. Tito Tacio, y sobre todo, a sus hijas. Los sabinos acudieron. Más, mientras estaban dedicados a apostar en las carreras a pie y a caballo, que era su deporte preferido, los dueños de la casa, muy poco deportivamente, les robaron a sus hijas y les echaron a ellos a puntapiés.



Nuestros antiguos eran muy sensibles en cuestiones de mujeres. Poco antes, el rapto de una de ellas, Helena, había costado una guerra que duró diez años y que acabó con la destrucción de un gran reino: el de Troya. Los romanos las raptaron a docenas y es, por tanto, natural que el día siguiente tuvieran que enfrentarse con sus papas y hermanos, que volvieron, armados, a recuperarlas. Se atrincheraron en el Campidoglio, pero cometieron el imperdonable error de confiar las llaves de la fortaleza a Tarpeya, una chica romana que, dícese, estaba enamorada de Tito Tacio. Abrió una puerta a los invasores, los cuales, gente caballeresca, por lo tanto, refractaria a toda traición, comprendieron la perpetrada en su favor y la recompensaron aplastando a la chica bajo sus escudos. Los romanos dieron más tarde su nombre a las rocas desde donde solían arrojar a los traidores a la patria condenados a muerte.

Todo acabó en un pantagruélico banquete nupcial. Pues las otras mujeres, en nombre de las cuales se había encendido la batalla, en cierto momento se interpusieron entre ambos ejércitos y declararon que no querían quedarse huérfanas, como habría sucedido si sus maridos romanos hubiesen vencido, o viudas, como habría ocurrido si hubiesen vencido sus papas sabinos. Y que ya era hora de dejarlo porque con aquellos maridos, aunque expeditivos y largos de manos, lo habían pasado muy bien. Más valía regularizar los matrimonios, en vez de seguir degollándolos. Y asi fue. Rómulo y Tacio decidieron gobernar juntos, ambos con el título de rey, aquel nuevo pueblo nacido de la fusión de las dos tribus, de las cuales llevó el nombre conjuntamente; romanos quirites. Y como que Tacio tuvo, acto seguido, la gentileza de morir, el experimento de reino a dos marchó bien aquella vez.

Indro MONTANELLI, Historia de Roma, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.