En febrero de 1635 murió un guarda de la Alameda de Capuchinos de Jaén. Según las actas del Cabildo municipal "con los grandes vientos y continuas aguas se arrancaron dos álamos y lo lastimaron de manera que se juzga esta para morirse". Estaba el pobre hombre dedicado a sus tareas cuando ocurrió el mal suceso. Fue aquél un invierno de "recios ayres y aguas", según consta en la citada documentación. No había persona sensata que saliera a la calle y a los campos. Se encargaron rogativas para que aplacasen los temporales. La gente estaba desquiciada y los pecados públicos, se decía, traían estos desastres. No vendrían mal unas rogativas , casi cuatrocientos años después, en estos tiempos tan desapacibles. Tendrían que ser, eso sí, dentro de los templos pues el temporal desluciría mucho la solemnidad propia de tales demostraciones. También podrían subir los clérigos a los campanarios, como antaño, a conjurar los vientos.