Ha dicho el juez que sólo me quedan cuarenta palabras. Tenía derecho a cincuenta y, pueden comprobarlo, he derrochado veinte. Para despedirme del mundo podré emplear otro par de decenas. "¡Diecinueve!", corrige el verdugo, blandiendo el hacha.
Con la venia, señoría, ¿cómo redimirse con cuatro vocablos? Ojalá tuviera cincuenta palabras.
Vicente Varas, Discurso sobre un madero.