Debido a la infernal tormenta de nieve, nadie se atrevió a ir al cementerio. El cortejo fúnebre lo formaron los enterradores y un perrito blanco. Mientras inhumaban a aquel difunto cuya música ya se expandía por las avenidas de la eternidad, el silbido del viento sonaba como un estremecedor réquiem.
Enrique Angulo, Amadeus.