H. G. Wells: “History is a race between education and catastrophe”.

miércoles, 29 de enero de 2014

Nueva Barcelona


 En 1700, tras la muerte de Carlos II sin descendencia, las potencias europeas se disputan el trono español. Por un lado, Felipe de Anjou (Casa de los Borbones) –con el apoyo de Francia– y por otro, el archiduque Carlos (Casa de los Austrias o Casa de Habsburgo, a la que pertenecí­a el rey muerto) –con la coalición formada por Austria, Inglaterra, Holanda, Saboya, Prusia y Portugal–. Comenzaba la Guerra de Sucesión en 1701. El miedo a la pérdida de libertad (fueros propios) y a la instauración del absolutismo borbónico (recordemos que Felipe de Anjou era nieto de Luis XIV, el rey Sol) hacen que los territorios de la Corona de Aragón apoyen al archiduque Carlos. Tras varios años de guerra, en 1713 se firmó el Tratado de Utrecht en el que se reconocía a Felipe de Anjou (Felipe V) como rey de España y de las Indias y renunciaba al trono de Francia. Pero Barcelona todavía aguantaría hasta el 11 de septiembre de 1714. Como ocurre en todas las guerras civiles, los perderos tuvieron que abandonar su hogar ante la más que probable represión por los partidarios de los Borbones. ¿Qué fue de aquellos emigrantes catalanes que tuvieron que abandonar Barcelona?

Lo más lógico y prudente fue refugiarse en territorios europeos controlados por los Habsburgo: Nápoles, Flandes, Cerdeña, Sicilia (todos ellos perdidos por la Corona española en Utrech), Austria, Hungría… Felipe V quería recuperar los territorios de la Corona española que el Tratado de Utrecht había repartido entre los beligerantes de la Guerra de Sucesión y en 1733 reconquistó Nápoles y Sicilia. Los emigrantes catalanes que allí se habían refugiado tuvieron que volver a huir, esta vez a Viena. Aquel contingente que llegó a Viena estaba formado por gente sencilla y humilde, buscavidas y otros sin oficio ni beneficio. Sin recursos y sin forma de ganarse la vida, malvivían vagabundeando por las calles y las autoridades buscaron una solución para “limpiar las calles” y reubicarlos en algún lugar donde no molestasen. El lugar elegido fue un territorio pantanoso recientemente conquistado al Imperio otomano en el que hoy se sitúa Zrenjanin (a unos 70 km al norte de Belgrado, Serbia). Además de quitarse un problema, utilizaron a los catalanes para repoblar la frontera con los turcos.

Entre 1735 y 1737, financiados por el Sacro Imperio, unos mil catalanes fueron embarcados para llevarlos a su nuevo hogar a través del Danubio… allí fundaron Nueva Barcelona. Comenzaron la construcción de aquella nueva ciudad y plantaron las primeras moreras para alimentar a los gusanos de sus fábricas de seda. Pero aquel sueño de un nuevo hogar solamente duró tres años. Los enfrentamientos entre los Habsburgo y el Imperio otomano se reanudaron y la zona ocupada por los catalanes sufrió las acometidas de los turcos. Además, por si esto no fuera poco, los turcos también trajeron la peste que diezmó a la población. Los pocos que sobrevivieron abandonaron Nueva Barcelona y su rastro se perdió. En 1808 un incendio arrasó lo que quedaba de la ciudad y, a fecha de hoy, el único vestigio que queda de aquellos emigrantes catalanes son las moreras.

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