El Grand Tour es conocido sobre todo a través de la literatura inglesa. Fue especialmente popular entre los jóvenes británicos de clase alta, considerándose que servía como una etapa educativa y de esparcimiento, previa a la edad adulta y al matrimonio. Podemos decir que era un rito de transición. Se pretendía con él que los jóvenes aristócratas accedieran al arte clásico y al del Renacimiento así como a los círculos cultivados de Europa. Un Grand Tour podía llevar desde varios meses a varios años, dependiendo del presupuesto. Los ingleses no fueron los únicos, ya que los jóvenes de buena posición de Alemania, Holanda o España también lo realizaban.
Los viajes realizados a menudo se plasmaban en obras literarias, como es el caso de Viaje sentimental, del inglés Laurence Sterne (1767). En esta moda se entronca por ejemplo Historia de una excursión de seis semanas, compuesta por los escritores románticos Mary y Percy Shelley, o en el Viaje a Italia de Goethe.
El 2 de Marzo subí al Vesubio, aunque el tiempo estaba turbio y la cima envuelta en nubes. Llegué en coche hasta Resina; después subí la montaña en mula, entre viñedos: luego a pie, sobre la lava del año 71, ya cubierta de fina capa de musgo. Más arriba, al borde de la lava, la cabaña del ermitaño quedó a mi izquierda, en la altura. Más lejos se sube al monte de cenizas, que es trabajo arduo. Las dos terceras partes de la colina estaban cubiertas de nubes. Al fin llegamos al cráter viejo, hoy relleno; encontramos las lavas nuevas de hace dos meses y medio, y también una débil de cinco días, ya enfriada. Subimos sobre ellas salvando una colina volcánica emergida recientemente; por todas partes echaba humo que se alejaba de nosotros; quise subir al cráter. Caminamos entre el vapor unos cincuenta pasos, cuando se hizo tan fuerte, que apenas podía distinguir mis zapatos. De nada servía tener el pañuelo en las narices. El guía desapareció. Los pasos sobre la lava arrojada del volcán eran inseguros, y tuve a bien dar la vuelta y dejar la ojeada apetecida para el tiempo más claro y el humo menos denso. Mientras tanto, ya conocí lo malo de respirar semejante atmósfera. En todas partes estaba silenciosa la montaña: ni llamas, ni bramidos, ni piedras arrojadas, como en los tiempos anteriores.
Nápoles, 3 de marzo de 1787
Johann Wolfgang von GOETHE, Viaje a Italia, Ediciones B, Barcelona, 2001.
Sterne, ilegal en París
En el hotel de París, me dijo La Fleur que el teniente de policía había venido a buscarme.
-¡Al diablo con él! Ya sé, ya sé lo que me quiere.
Y ya es tiempo de que lo sepa el lector, porque lo omití en el lugar en que aconteció, no por olvido, sino pensando en que, de ponerlo allá, se me hubiera olvidado aquí, que es donde más conviene. Yo salí de Londres con tanta precipitación que ni me acordé de que estábamos en guerra con Francia, y ya estaba en Dover, y ya había visto con el anteojo las colinas que están más allá de Boulogne, cuando se me ocurrió pensar en ello. Y con esto me acordé también que no me dejarían entrar sin pasaporte. Una vez que salgo a la puerta de mi casa, no soporto la idea de volverme sin haber visto nada.
Laurence STERNE, Viaje sentimental por Francia e Italia, Fondo de Cultura Económica, México, 2001.