H. G. Wells: “History is a race between education and catastrophe”.
lunes, 27 de febrero de 2012
El pescador
Hace mucho tiempo vivía en un pueblo un pescador. Este pescador, como la mayoría de los pescadores, era muy pobre, tanto que apenas tenía para comer. Hacía tiempo que vivía con su mujer en una destartalada y minúscula cabaña que carecía de comodidades. Esta situación provocaba continuas peleas con su esposa. Una mañana estaba el pescador en su cayuco lamentando su triste situación tras haber pescado un solo pez en toda la mañana, cuando sorpresivamente el mencionado pez que agonizaba dentro del cayuco empezó a gritar:
–¡Pescadooor, pescadoor!
El hombre se volvió apenas sorprendido pues la angustia no le dejaba percibir la maravilla que supone oír a un pez hablar:
–¿Qué te pasa? Ya he cumplido con los rituales, no debes quejarte más.
El pez dijo:
–¡Pescador, suéltame, por favor! Yo tengo el poder de concederte lo que quieras, pero suéltame y déjame volver a mi casa!
–¿De veras me concederás lo que quiera? –preguntó el pescador.
–¡Sí, sí, pero suéltame ya!–le rogó el pez.
–Muy bien –dijo el pescador–. Quiero que me concedas una casa decente con muebles y útiles de cocina para mi esposa.
–Está bien, concedido, pero suéltame ya– dijo el pez.
El pescador sin embargo no se fiaba del pez por lo que lo dejó en una piscina de roca natural cerca de la orilla de donde no podría escapar, diciendo:
–Te soltaré cuando compruebe que lo que dices es cierto.
El pescador fue corriendo a su casa felicitándose por su inteligencia. A medida que subía la loma que llevaba a su hogar fue percibiendo que su vieja cabaña era toda una casa bien cimentada y maravillosamente construida. La mujer del pescador salió a recibirle con los brazos abiertos y le dijo:
–¡Mira todo lo que tenemos, en la cocina hay ollas y una mesa!
Entonces el pescador le relato cómo habían obtenido todas esas cosas, al oír la historia la mujer se enfureció:
–Tú eres estúpido –le dijo–. ¡Corre, ve y pídele al pez más cosas antes de que se escape! Pídele una mansión y criados de servicio. Tú serás un gran señor y yo una gran señora. Pídele mucho dinero, corre.
El pescador corrió a la playa y encontró al pez que le saludó:
–Hola pescador, ¿ya has comprobado que lo que te dije es cierto?
El pescador le dijo:
–Sí bueno, pero la verdad es que me equivoqué, en realidad quise decir que lo que quiero es una mansión, o mejor dicho, un palacio con sirvientes y quiero que mi mujer y yo seamos grandes señores muy reconocidos.
–Está bien –dijo el pez que empezaba a enfadarse–, pero suéltame ya.
El pescador dijo:
–Lo haré cuando compruebe que lo que dices es cierto.
Y efectivamente era cierto, tenían una gran mansión y la gente les rendía pleitesía. Sin embargo la esposa el pescador había pensado pedir algo más y cuando llegó el pescador le dijo:
–Escucha ese pez nos dará lo que queramos, pídele algo más, pídele ser Dios. Yo seré Bisila y tú Dios, todos los espíritus nos rendirán homenaje y tendremos infinitos poderes, ¡ah! y no le sueltes aún, tal vez se me ocurra algo más.
–El pescador corrió a la playa pero con tan mala fortuna que la marea había subido inundando la piscina de piedra y el pez había escapado no sin antes lanzar un conjuro; no sólo el pescador sería tan miserable como antes sino que ningún pescador sería jamás rico.
Marcelino NDONG OKOMO, Cuentos de fangs y de bubis, Editorial Esplandián, Madrid, 1998.