Leonid Ilich Brezhnev, presidente de la URSS, decidió un buen día impresionar a su madre mostrándole lo bien que le había ido en su ascenso hasta la cima del poder. Dispuso, pues, todo para que la mujer viajase a Moscú desde su casa de Dniprodzerzhinsk, en Ucrania, y se recreó visitando con ella su amplia vivienda.
Sin embargo, la mujer parecía más confundida que impresionada; incómoda incluso. Entonces, Brezhnev telefoneó al Kremlin, pidió su Zil –la berlina más lujosa fabricada en la URSS- y juntos partieron hacia la dacha de Usovo, habitada anteriormente por Stalin y Jrushchov. La recorrieron habitación por habitación, deteniéndose a contemplar el espléndido paisaje que se divisaba desde la terraza. Pero tampoco en esa ocasión su madre hizo comentario alguno.
Visiblemente contrariado el líder soviético, reclamó la inmediata presencia del helicóptero presidencial, en el que volaron directamente hasta su pabellón de caza, en Zavidovo, donde repitió el ritual de exhibición de cada estancia, resaltando la magnificencia de la gran chimenea central, la inusual variedad y calidad de su colección de escopetas y un sinfín de otros detalles.
Finalmente, incapaz de contenerse por más tiempo ante la impasible frialdad de la mujer, le habló en tono casi suplicante:
-Dime, madre, ¿qué te parece?
Ella vaciló un instante antes de reponder:
-Está bien, Leonid. ¿Pero qué sucederá si vuelven los bolcheviques?