Los moros, sin orden alguno, siguiendo su antiguo uso, desplegaron por todas partes sus innumerables soldados. Cien mil hombres de una caballería excelente formaban lo principal de sus fuerzas: lo demás era un montón de soldados de infantería, mal armados y poco aguerridos. Mahomad, puesto sobre un collado, desde donde dominaba a todo su ejército, estaba rodeado de una palizada hecha con cadenas de hierro y defendida por sus caballeros más escogidos. De pie, en medio de este recinto, con el Alcorán en una mano y la espada en la otra, servía de espectáculo a todas sus tropas, y sus más bravos escuadrones rodeaban el collado por todas partes.
Los castellanos dirigieron a esta altura sus primeros esfuerzos: rompieron al punto a los moros; pero ellos, acometidos sucesivamente, volvían hacia atrás desordenados y principiaban a retirarse. Alfonso, corriendo a todas partes para reunir las tropas, decía al arzobispo de Toledo: "Arzobispo, he aquí donde es preciso morir". "No, señor -respondió el prelado-, he aquí donde es preciso vivir y vencer." En este tiempo el valiente canónigo que llevaba la cruz se precipita con ella en medio de los musulmanes; el arzobispo y el rey le siguen y a ellos los castellanos, para salvar a su príncipe y a su estandarte. Los reyes de Aragón y Navarra, vencedores ya de sus costados, vienen a reunirse contra el collado. Los moros son atacados por todas partes, resisten, y los cristianos los oprimen. Los aragoneses, navarros y castellanos quieren obscurecerse unos a otros. El valiente rey de Navarra se abre paso, llega al recinto, pega y quebranta las cadenas de hierro con que el rey estaba rodeado. Huye entonces Mahomad. Sus soldados no vuelven a verle; pierden el ánimo y la esperanza. Todo se humilla, todo huye delante de los cristianos: millares de musulmanes caen a sus golpes, y el arzobispo de Toledo, con los demás prelados, rodeando a los reyes vencedores, cantaron inmediatamente el Te Deum en el campo de batalla.
Jean-Pierre CLARIS, Compendio de la historia de los árabes, Imprenta de Aparicio, Valladolid, 1829.
Los castellanos dirigieron a esta altura sus primeros esfuerzos: rompieron al punto a los moros; pero ellos, acometidos sucesivamente, volvían hacia atrás desordenados y principiaban a retirarse. Alfonso, corriendo a todas partes para reunir las tropas, decía al arzobispo de Toledo: "Arzobispo, he aquí donde es preciso morir". "No, señor -respondió el prelado-, he aquí donde es preciso vivir y vencer." En este tiempo el valiente canónigo que llevaba la cruz se precipita con ella en medio de los musulmanes; el arzobispo y el rey le siguen y a ellos los castellanos, para salvar a su príncipe y a su estandarte. Los reyes de Aragón y Navarra, vencedores ya de sus costados, vienen a reunirse contra el collado. Los moros son atacados por todas partes, resisten, y los cristianos los oprimen. Los aragoneses, navarros y castellanos quieren obscurecerse unos a otros. El valiente rey de Navarra se abre paso, llega al recinto, pega y quebranta las cadenas de hierro con que el rey estaba rodeado. Huye entonces Mahomad. Sus soldados no vuelven a verle; pierden el ánimo y la esperanza. Todo se humilla, todo huye delante de los cristianos: millares de musulmanes caen a sus golpes, y el arzobispo de Toledo, con los demás prelados, rodeando a los reyes vencedores, cantaron inmediatamente el Te Deum en el campo de batalla.
Jean-Pierre CLARIS, Compendio de la historia de los árabes, Imprenta de Aparicio, Valladolid, 1829.