El botín era extraordinario, el más valioso que jamás había desfilado en un triunfo. apilados en esos carretones había millones de libras de plata en lingotes, y sacos de monedas de plata y oro, y cantidades de lingotes de oro, y copas dc oro y fuentes y saleros incrustados de gemas, y tronos de oro y suntuosos carruajes dorados y estatuas de oro, y ejemplares del Evangelio encuadernados en oro y tachonados de perlas, y pilas de collares y cinturones de oro, y armaduras labradas en oro; en síntesis, cuanto objeto lujoso y bello pueda imaginarse, incluyendo antigúedades invalorables de la época en que el rey Geiserico saqueó el palacio imperial de Roma y el templo de Jove en la colina del Capitolio. También había un sinfín de reliquias sagradas: huesos de mártires, imágenes milagrosas, auténticos ropajes de los apóstoles, los clavos de la cruz en que clavaron a San Pedro cabeza abajo... Pero los despojos más maravillosos y venerables eran nada menos que los instrumentos sacros del culto religioso judío, confeccionados por Moisés en el desierto por orden expresa de Dios y más tarde guardados en el templo de Jerusalén. Se los describe en el capitulo veinticinco del Libro del Éxodo: la sagrada mesa para panes de proposción, de madera de shittah, laminada de oro puro, y sus correspondientes cucharas, cuencos y platos de oro; y el candelabro de siete brazos de oro labrado con sus despabiladeras y bandejas de residuos; y el dorado sitial de la Merced, y sus dos querubines de oro al costado con las alas desplegadas. Estas cosas las había robado Geiserico en Roma, adonde las había llevado el emperador Tito después de tomar Jerusalén. El Arca de la Alianza había desaparecido. Algunos dicen que está en alguna parte de España, con otros despojos del templo, en manos de un rey godo.
En tiempos de la República Romana, el general victorioso recorría con sus cautivos las calles de la ciudad y ejercía durante ese día el poder supremo. El rey o reyezuelo enemigo, si lo habían capturado, era ofrecido como sacrificio humano al final de las ceremonias. ¡Cómo han cambiado las costumbres desde esos tiempos heroicos! Observad a Gelimer, libre de cadenas: cuando la procesión llega finalmente al Hipódromo, donde Justiniano le está esperando sentado en el palco real, entra con los demás. Se quita la capa púrpura y, acercándose al trono, hace una reverencia a Justiniano; y luego lo alzan grácilmente y lo perdonan. Le entregan un documento real que le otorga vastas propiedades en Gálata para él y su familia; y, para colmo, el titulo de Patricio Ilustre si accede a abjurar de la herejía arriana. Observad también a Belisario, el vencedor, quien se aproxima al trono, se quita el manto púrpura y se inclina a los pies del Emperador; y no recibe propiedades ni palabras de gratitud, sino sólo la declaración de que ha sabido obedecer las órdenes. Os preguntaréis cómo se comportó Gelimer en esta difícil ocasión. No rió ni lloró, sino que meneó la cabeza, triste y maravillado, y repitió una y otra vez, como un encantamiento, las palabras del profeta del Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Poco después se retiró con su familia a Gálata, donde vivió hasta alcanzar la vejez apacible, manteniéndose fiel a la fe arriana. En cuanto a los otros prisioneros vándalos: los más aguerridos fueron organizados en escuadrones de caballería y enviados a la defensa de la frontera persa, pero antes Belisario escogió algunos para su Regimiento Personal. Los restantes fueron usados como obreros para construir iglesias o como remeros de las galeras imperiales.
Robert GRAVES, El conde Belisario, Salvat, Barcelona, 1994.
En tiempos de la República Romana, el general victorioso recorría con sus cautivos las calles de la ciudad y ejercía durante ese día el poder supremo. El rey o reyezuelo enemigo, si lo habían capturado, era ofrecido como sacrificio humano al final de las ceremonias. ¡Cómo han cambiado las costumbres desde esos tiempos heroicos! Observad a Gelimer, libre de cadenas: cuando la procesión llega finalmente al Hipódromo, donde Justiniano le está esperando sentado en el palco real, entra con los demás. Se quita la capa púrpura y, acercándose al trono, hace una reverencia a Justiniano; y luego lo alzan grácilmente y lo perdonan. Le entregan un documento real que le otorga vastas propiedades en Gálata para él y su familia; y, para colmo, el titulo de Patricio Ilustre si accede a abjurar de la herejía arriana. Observad también a Belisario, el vencedor, quien se aproxima al trono, se quita el manto púrpura y se inclina a los pies del Emperador; y no recibe propiedades ni palabras de gratitud, sino sólo la declaración de que ha sabido obedecer las órdenes. Os preguntaréis cómo se comportó Gelimer en esta difícil ocasión. No rió ni lloró, sino que meneó la cabeza, triste y maravillado, y repitió una y otra vez, como un encantamiento, las palabras del profeta del Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Poco después se retiró con su familia a Gálata, donde vivió hasta alcanzar la vejez apacible, manteniéndose fiel a la fe arriana. En cuanto a los otros prisioneros vándalos: los más aguerridos fueron organizados en escuadrones de caballería y enviados a la defensa de la frontera persa, pero antes Belisario escogió algunos para su Regimiento Personal. Los restantes fueron usados como obreros para construir iglesias o como remeros de las galeras imperiales.
Robert GRAVES, El conde Belisario, Salvat, Barcelona, 1994.