En la Antigüedad, hubo un tirano en Siracusa llamado Dionisio, que gobernaba despóticamente la ciudad. Muchos lo odiaban y él lo sabía, como sabían que le temían aún más. Llegó a saber que una mujer muy vieja ofrecía cotidianamente palomas blancas ante el altar de los dioses, pidiendo una larga vida para Dionisio. Éste, intrigado, la mandó a llamar y le manifestó su extrañeza.
-Sé que muchos no me quieren y por eso me sorprenden tu devoción.
La vieja le contestó:
-Como todos los siracusanos, te odio. Pero he vivido mucho y sé que a todo gobierno malo lo sucede otro peor. Le pido a los dioses que dilaten ese espanto.
Dionisio, que era un gobernante muy moderado y siempre preocupado por el bienestar de los ciudadanos de su ciudad, tenía, sin embargo, que ordenar ejecutar de vez en cuando a un siracusano pues no quería que la vieja mujer se disgustara si supiera que no era sanguinario.
Augusto MONTERROSO, La oveja negra y demás fábulas, Alfaguara, Madrid, 1997.