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-Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo.
Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos del suelo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
-Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador.
Os digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
Lc 18, 10-14.