Así llegó el famoso domingo.
Peppone se acicaló, hinchó el pecho y salió de casa para ir a votar. Llegado al comicio, como se puso en la fila, todos le dijeron: "Pase, señor alcalde", pero él contestó que en un régimen democrático todos son iguales. En realidad hallaba injusto que su voto valiera tanto como el de Pinola, el hojalatero, que estaba borracho siete días en la semana y no sabía siquiera de qué lado salía el sol.
Peppone se sentía fuerte como un toro. Antes de salir había tomado un lápiz y señalado una decena de crucecitas en una hoja.
–Debe ser el voto más decidido de toda la comuna –le explicó a su mujer–. Así: zac, zac, y Garibaldi triunfa para vergüenza de los vendidos y los explotadores.
Peppone se sentía fuerte y seguro de sí como nunca, y recibida la papeleta, se encaminó hacia el "cuarto oscuro" con jactancia feroz: Sólo puedo dar un voto, pensó, ¡pero lo daré con tanta rabia que debe valer por dos!
Se encontró en la penumbra de la cabina con la papeleta abierta y el lápiz apretado entre los dedos.
En el secreto del cuarto oscuro Dios te ve y Stalin no: pensó en la frase leída sobre uno de los pequeños manifiestos que el maldito aparato de don Camilo había lanzado en el mitin e instintivamente se dio vuelta, pues le parecía sentir que alguien, detrás, lo estaba mirando.
Los curas son la peor ralea del universo, concluyó. Llenan el cerebro de la pobre gente con un montón de patrañas. Adelante: ¡cruz sobre Garibaldi!
Pero el lápiz no se movió.
Giovanni GUARESCHI, La vuelta de don Camilo, Planeta, Barcelona, 1977.