Habíamos trabajado durante meses sin hallar nada. Casi habíamos aceptado la derrota cuando hicimos un descubrimiento que superaba nuestros mayores anhelos. Con manos temblorosas hice un pequeño agujero en la parte superior de la esquina izquierda de la pared. La oscuridad indicaba que allí no había nada. Amplié un poco el agujero, encendí una vela, la introduje por la abertura y miré. Al principio no vi nada. Pero a medida que mis ojos se acostumbraron a la penumbra de la estancia, fueron apareciendo los detalles del interior de la sala: animales extraños, estatuas y oro, brillo de oro por todas partes. Me había quedado sin habla del asombro. Lord Carnarvon, el organizador de la expedición, me preguntó ansiosamente: “¿Ve algo?” Me costó un gran esfuerzo poder decir: “Sí. Cosas maravillosas”.
Howard CARTER, La tumba de Tutankhamon, Orbis, Barcelona, 1985.