—¿Adónde has ido?
—A ninguna parte.
—Si es verdad que no has ido a ninguna parte, ¿por qué te quedas aquí como un golfo sin hacer nada? Anda, vete a la escuela, preséntate al padre de la escuela, recita tu lección; abre tu mochila, graba tu tablilla y deja que tu hermano mayor caligrafíe tu tablilla nueva. Cuando hayas terminado tu tarea y se la hayas enseñado a tu vigilante, vuelve acá, sin rezagarte por la calle. ¿Has entendido bien lo que te he dicho?
—Sí. Si quieres te lo repetiré.
—Pues ya puedes repetírmelo.
—Te lo voy a repetir.
—Di.
—Ya te lo diré.
—Pues dilo ya.
—Tú me has dicho que fuera a la escuela, que recitase mi lección, que abriese la mochila y que grabase mi tablilla mientras mi hermano mayor me grababa otra. Que cuando hubiese terminado mi tarea volviese para acá después de haberme presentado al vigilante. He aquí lo que tú me has dicho.
—Sé hombre, caramba. No pierdas el tiempo en el jardín público ni vagabundees por las calles. ¿Crees que llegarás al éxito, tú que te arrastras por los jardines públicos? Piensa en las generaciones de antaño, frecuenta la escuela y sacarás un gran provecho. Piensa en las generaciones de antaño, hijo mío, infórmate de ellas.
Samuel Noah KRAMER, La historia empieza en Sumer, Orbis, Barcelona, 1985.