Las vidas de los personajes de la telenovela son mucho más importantes que las de nuestra familia, a pesar de que el argumento no siempre es fácil de seguir. Por ejemplo: el galán seduce a una mujer y la deja en estado interesante; luego se casa por venganza con una chica coja y también la deja esperando guagua, como decimos en Chile, pero enseguida sale escapando a Italia a juntarse con su primera esposa. Creo que esto se llama trigamia. Entretanto la coja se opera la pierna, va a la peluquería, hereda una fortuna, se convierte en ejecutiva de una gran empresa y atrae a nuevos pretendientes. Cuando el galán regresa de Italia y ve aquella hembra rica y con dos piernas del mismo largo, se arrepiente de su felonía. Y entonces comienzan los problemas del libretista para desenredar aquel moño de vieja en que se ha convertido la historia. Debe hacer un aborto a la primera seducida, para que no queden bastardos dando vueltas por el canal de televisión, y matar a la infortunada italiana, para que el galán -que se supone que es el bueno de la teleserie- quede oportunamente viudo. Esto permite a la ex coja casarse de blanco, a pesar de que luce una tremenda barriga, y dentro de un tiempo mínimo dará a luz un varoncito, por supuesto. Nadie trabaja, viven de sus pasiones, y las mujeres andan con pestañas postizas y vestidas de cóctel desde la mañana. A lo largo de esta tragedia casi todos acaban hospitalizados; hay partos, accidentes, violaciones, drogados, jóvenes que escapan de la casa o de la cárcel, ciegos, locos, ricos que se vuelven pobres y pobres que se hacen ricos. Se sufre mucho. Al día siguiente de un capítulo particularmente dramático los teléfonos de todo el país están ocupados con los pormenores; mis amigas me llaman a cobro revertido desde Santiago a California para comentarlo. Lo único que puede competir con el capítulo final de una telenovela es una visita del Papa, pero eso ha ocurrido una sola vez en nuestra historia y es muy probable que no se repita.
Isabel ALLENDE, Mi país inventado, Plaza y Janés, Barcelona, 2003.