Los taínos
Cuando los españoles llegaron a la isla de Cuba se encontraron a unos indios, llamados taínos, que lo único que hacían era fumar, comer de lo que les daba la tierra, que se lo regalaba, porque allí todo nacía sato, caía una semilla de cualquier cosa en el suelo, y ¡zas!, aquello crecía desaforada y afortunadamente hacia todos los rumbos, con sus frutos, flores, y demás; pescar, fumar tabaco, y hacer el amor. Hacer el amor y no la guerra, avant la lettre. Los taínos eran los seres más pacíficos del planeta, y si nos ponemos, también fueron hippies antes que los mismos hippies se enteraran de lo que quería decir todo aquel relajo. Los taínos eran muy del relajo, la fumadera, y el buen vivir. Los perros no ladraban, dicen, aprendieron a ladrar con los perros españoles, o sea, con los canes que llevaron los españoles, que sí hacían mucha bulla con el fin de aterrorizar. Los taínos, no es que fueran cobardes, eran –como ya dije y repito– pacíficos. Seres de amor y de paz. Cuando vieron que no podían enfrentarse a lo que se les venía encima se plegaron a las órdenes. Los más conscientes del problema decidieron lanzarse desde las rocas hacia el mar, y romperse la crisma en el oleaje.
Zoé VALDÉS, De los taínos a los cubanos.
Libertad Digital, 14 de diciembre de 2011.
Artículo completo
Los caribes
La horda se puso en marcha, dividida en centenares de escuadrones combatientes, penetrando en las tierras ajenas. Todos los varones de otros pueblos eran exterminados, implacablemente, conservándose sus mujeres para la proliferación de la raza conquistadora. Así se crearon los idiomas: el de las hembras, lenguaje de cocina y de partos, y el de los hombres, lenguaje de guerreros, cuyo conocimiento se tenía por un privilegio soberano... Más de un siglo duró la marcha a través de selvas, llanuras, desfiladeros, hasta que los invasores se encontraron frente al Mar. Se tenían noticias de que las gentes de otros pueblos, sabedoras del terrible avance de las del Sur, habían pasado a unas islas que existían, lejos aunque no tan lejos, detrás del horizonte. Y como el tiempo no contaba, sino la idea fija de llegar algún día a la Tierra-en-Espera, los hombres se detuvieron para aprender las artes de la navegación. Las canoas rotas, dejadas en las playas, sirvieron de modelos a las primeras que, con troncos ahuecados, fabricaron los invasores. Pero, como habría que afrontar largas distancias, comenzaron a hacerlas cada vez más grandes y espigadas, de mayor eslora, con altas y afiladas proas, donde cabían hasta sesenta hombres. Y un día, los tataranietos de quienes habían iniciado la migración terrestre, iniciaron la migración marítima partiendo, por grupos de barcas, a la descubierta de las islas. Tarea fácil les fue cruzar los estrechos, burlar las corrientes, saltando de tierra en tierra y matando a sus habitantes, mansos agricultores y pescadores que ignoraban las artes de la guerra.
Alejo CARPENTIER, El siglo de las luces, Seix Barral, Barcelona, 1976.
Cuando los españoles llegaron a la isla de Cuba se encontraron a unos indios, llamados taínos, que lo único que hacían era fumar, comer de lo que les daba la tierra, que se lo regalaba, porque allí todo nacía sato, caía una semilla de cualquier cosa en el suelo, y ¡zas!, aquello crecía desaforada y afortunadamente hacia todos los rumbos, con sus frutos, flores, y demás; pescar, fumar tabaco, y hacer el amor. Hacer el amor y no la guerra, avant la lettre. Los taínos eran los seres más pacíficos del planeta, y si nos ponemos, también fueron hippies antes que los mismos hippies se enteraran de lo que quería decir todo aquel relajo. Los taínos eran muy del relajo, la fumadera, y el buen vivir. Los perros no ladraban, dicen, aprendieron a ladrar con los perros españoles, o sea, con los canes que llevaron los españoles, que sí hacían mucha bulla con el fin de aterrorizar. Los taínos, no es que fueran cobardes, eran –como ya dije y repito– pacíficos. Seres de amor y de paz. Cuando vieron que no podían enfrentarse a lo que se les venía encima se plegaron a las órdenes. Los más conscientes del problema decidieron lanzarse desde las rocas hacia el mar, y romperse la crisma en el oleaje.
Zoé VALDÉS, De los taínos a los cubanos.
Libertad Digital, 14 de diciembre de 2011.
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Los caribes
La horda se puso en marcha, dividida en centenares de escuadrones combatientes, penetrando en las tierras ajenas. Todos los varones de otros pueblos eran exterminados, implacablemente, conservándose sus mujeres para la proliferación de la raza conquistadora. Así se crearon los idiomas: el de las hembras, lenguaje de cocina y de partos, y el de los hombres, lenguaje de guerreros, cuyo conocimiento se tenía por un privilegio soberano... Más de un siglo duró la marcha a través de selvas, llanuras, desfiladeros, hasta que los invasores se encontraron frente al Mar. Se tenían noticias de que las gentes de otros pueblos, sabedoras del terrible avance de las del Sur, habían pasado a unas islas que existían, lejos aunque no tan lejos, detrás del horizonte. Y como el tiempo no contaba, sino la idea fija de llegar algún día a la Tierra-en-Espera, los hombres se detuvieron para aprender las artes de la navegación. Las canoas rotas, dejadas en las playas, sirvieron de modelos a las primeras que, con troncos ahuecados, fabricaron los invasores. Pero, como habría que afrontar largas distancias, comenzaron a hacerlas cada vez más grandes y espigadas, de mayor eslora, con altas y afiladas proas, donde cabían hasta sesenta hombres. Y un día, los tataranietos de quienes habían iniciado la migración terrestre, iniciaron la migración marítima partiendo, por grupos de barcas, a la descubierta de las islas. Tarea fácil les fue cruzar los estrechos, burlar las corrientes, saltando de tierra en tierra y matando a sus habitantes, mansos agricultores y pescadores que ignoraban las artes de la guerra.
Alejo CARPENTIER, El siglo de las luces, Seix Barral, Barcelona, 1976.