De gran calidad, el aceite hispano, copó los mercados de Roma, mientras toda la Bética se vestía de olivares, así como las orillas del Tajo, en torno a Mérida, y la costa levantina. El trigo, los vinos, algunas hortalizas, el sabroso garum y el aceite de oliva, darán a Hispania, en primacía, la llave de la despensa metropolitana entre los siglos I y II. Desplazando de los mercados la producción italiana, el aceite bético copa, a comienzos del Imperio, los suministros de la Galia, Germania, Britania y aún de la misma Roma, hasta tocar techo en los años 140-165 d.C. Por su exclusiva posición, Cádiz triunfa como mediadora entre las almazaras de Hispalis y Córdoba y los centros consumidores: sus naves trasladan las ánforas a la capital imperial y por rutas marinas y fluviales a Britabia y el limes germano. Singularmente perfeccionado, el abastecimiento militar a través de la Annona militaris lleva aceite andaluz a los campamentos del centro y norte de Europa a la vez que los salazones gaditanos y cartageneros salpican Alejandría, Palestina o Siria.
F. GARCÍA DE CORTAZAR, J.M. GONZÁLEZ VESGA, Breve Historia de España, Alianza, Madrid, 1994.