En Hollywood, cuando en un grupo se hablaba de diversas ideas, maravillosas todas, para hacer películas fuera de serie, me acordaba siempre de la mejor de las ocurrencias de George Mandel, escritor y amigo mío desde hace muchos años: durante la Segunda Guerra Mundial fue herido en la cabeza, y a consecuencia de ello tuvieron que colocarle una placa de metal en la cabeza. Voy a contarla.
En la sala del hospital, la cabeza de cada paciente estaba coronada por un turbante de blancas vendas. Todos los ocupantes del pabellón habían sido heridos en la cabeza. George estaba esperando a que le colocaran la placa metálica. Una mañana, uno de los pacientes se levantó entusiasmado. Durante la noche se le había ocurrido una idea maravillosa, una idea que le haría ganar millones. Fue hasta la cama más próxima y explicó su idea al ocupante de la misma. El hombre Je escuchó, hizo gestos afirmativos con su enorme cabeza blanca y exclamó, maravillado: “Es una gran idea ya lo creo. Ganarás un millón de dólares.” El entusiasmado paciente siguió hasta otra cama y explicó su idea a otro de los heridos. La respuesta fue idéntica: •”Es una gran idea, ya lo creo. Ganarás un millón de dólares.” En el colmo del entusiasmo, el futuro millonario se acercó a George. Volvió a explicar su idea. George hizo un gesto afirmativo, pero no pronunció palabra. “Todos los muchachos piensan que voy a ganar un millón de dólares”, dijo el paciente. “Qué opinas tú?” “Bien, sí, puede que los ganes”, respondió George, “pero, ¿por qué no se lo preguntas a alguien que no haya sido herido en la cabeza?”
Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.
En la sala del hospital, la cabeza de cada paciente estaba coronada por un turbante de blancas vendas. Todos los ocupantes del pabellón habían sido heridos en la cabeza. George estaba esperando a que le colocaran la placa metálica. Una mañana, uno de los pacientes se levantó entusiasmado. Durante la noche se le había ocurrido una idea maravillosa, una idea que le haría ganar millones. Fue hasta la cama más próxima y explicó su idea al ocupante de la misma. El hombre Je escuchó, hizo gestos afirmativos con su enorme cabeza blanca y exclamó, maravillado: “Es una gran idea ya lo creo. Ganarás un millón de dólares.” El entusiasmado paciente siguió hasta otra cama y explicó su idea a otro de los heridos. La respuesta fue idéntica: •”Es una gran idea, ya lo creo. Ganarás un millón de dólares.” En el colmo del entusiasmo, el futuro millonario se acercó a George. Volvió a explicar su idea. George hizo un gesto afirmativo, pero no pronunció palabra. “Todos los muchachos piensan que voy a ganar un millón de dólares”, dijo el paciente. “Qué opinas tú?” “Bien, sí, puede que los ganes”, respondió George, “pero, ¿por qué no se lo preguntas a alguien que no haya sido herido en la cabeza?”
Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.